Por Carlos Mariaca Alvarez
Coroico, 23 sept (YN).- Convivir con la naturaleza y estar apartado de la civilización o progreso, no es aislamiento, sino una decisión en el camino de rencuentro con la vida y con uno mismo. El espíritu noble de Tamiji Hanamura, un hombre de corazón humilde que nació en “Tazawa” Japón, hoy trasciende el tiempo y el espacio para esculpir su leyenda de vida, en las alturas de Sandillani, los Yungas bolivianos.
El solitario japonés, que vivía uno de los tramos de la vía prehispánica conocida como \»El Choro\», dejó esta vida el jueves en una clínica de la ciudad de La Paz, aquejado por una desnutrición aguda. Este 22 de septiembre, a dos días de su fallecimiento las cenizas de Hana, como lo llamaban sus amigos, retorna a la fertilidad de la tierra para alimentar recuerdos, historias y momentos inolvidables dentro y alrededor de su choza.
Relata Félix Pereira, Coroiqueño y ex guardabosque de Cotapata y amigo de Hana:
“Lo conocí cuando por primera vez hice el peregrinaje hacia Coroico, por entonces, estos lugares no tenía mención de parque o reserva forestal, pese a que siempre hubo una riqueza incalculable de fauna, flora y biodiversidad. Mario Alvarez, (apodado el Rambo) junto Rene Noya fueron quienes se aventuraron a atravesar esta ruta y después de dar la noticia se inicia el peregrinaje por el camino del Inca y Choro hasta Coroico.
Hana, entre las tantas historias que me contó, fue acerca de su llegada a aquel lugar. Dijo que vinieron entre tres japoneses, eran soldados que combatieron en la segunda guerra mundial. Decía que abandonaron su país, después de la guerra. Entraron a Santa Cruz por el Brasil, después de hacer un recorrido por varios países hasta llegar a La Paz. Fueron en ferrocarril hasta Chuspipata, avanzaron por el camino de Silluntincara hasta Sandillani.
En Silluntincara había un campamento del ejército que estaba abandonado y es por eso que se asentaron en aquel lugar que perteneció a la familia Lanza. Sus dos amigos murieron en Sandillani y de esa manera él quedo solo. Con mucho orgullo decía que en el aniversario de su país, algunos soldados del ejército del Japón junto a miembros de la embajada entraban hasta Sandillani y junto a Hana cantaban su himno.
Todo lo que tenía allí era rústico, fue hecho por sus propias manos, una parte de su casa era de madera y otra parte de charo revocado con barro. Acostumbraba comer de todo lo que había en el lugar, sobre todo animales de toda especie e incluso ranas. Los turistas que pasaban le dejaban o compartían sus enlatados. Su fruta favorita era la guayaba. Habitualmente en el patio o dentro de su choza hacía su retiro espiritual para practicar yoga o kung fu, más o menos entre las siete y ocho de la noche. En ese momento todo debía estar en silencio y no permitía que lo interrumpan.
Las riquezas que atesoraba eran los libros forrados de cuero que hacía firmar a quien pasaba por aquel lugar, así también coleccionaba con gran aprecio las postales y cartas que le dejaban y le enviaban sus amigos de distintas partes del mundo.
Fue nombrado “Guarda Parque” ad honorem. Le encantaba armar sitios de camping para recibir a los que pasaban.
Como amigo siempre fue atento, me invitaba de su comida y me recibía en su casa, algo que no hacia comúnmente con los demás, convivía con él tres o incluso más días. Recuerdo algo muy bonito, cuando estaba yendo a rescatar a Jhery Carranza (hijo de Amanda de la Torre de Carranza) le comente acerca de aquel triste suceso, me hizo esperar y me lo preparo arroz para que me lleve. Era sensible y siempre muy atento con todos.
Cada que le visitaba me saludaba en español, con un acento muy bonito. Una vez que subí hasta su choza en moto, me dijo, que al escuchar el ruido, él pensó que era un avión y comenzó a buscar en el cielo. Cuando me vio llegar se alegró mucho porque era la primera vez que llegaba en moto hasta su casa y me decía: \»Félix primera vez en moto”. Y cuando vio la marca de la moto, señalando con el dedo me dijo: \»Honda, mi país, mi país\» estaba feliz y muy sorprendido de ver la moto que era japonesa.
En una ocasión, un comunario intentó desalojarlo de su casa y en el momento escribió una nota acerca del suceso y le dio a un gringo que pasaba por el lugar, para que me la entregue. Cuando leí la nota, inmediatamente me fui a Sandillani a buscar a ese comunario y no logré encontrarlo. Después, me bajé hasta el pueblo y le comenté lo ocurrido a Roberto Salinas, quien era subprefecto de Nor Yungas. Dijo que era necesario que Hana pueda sentar una denuncia en la comisaria de Coroico. Con mucha dificultad logre convencer a Hana para que personalmente haga la denuncia de aquella amenaza. Nos fue difícil ponernos de acuerdo hasta que juntos nos fuimos a Coroico en la moto.
No paraba de mirar, sonreír y sorprenderse de emoción al ver las computadoras, televisores y aún más, se alegró mucho por la generosidad de la gente que fue muy solidaria con él. Algunas personas lo llevaron a sus casas a invitarle un plato de comida. De ahí retornamos caminando hasta Sandillani, en esa misma ocasión cocinó para que Iraida y yo comiéramos en el camino, nos dio secadores. Mientras comíamos el pollo Hana se limpió la nariz con el secador, ante ese acto que nos pareció ocurrente nos reímos, así de sencillo era\».
Tantos momentos que quedan en la memoria de muchas personas que conocieron a Hana y otros momentos que Hana se lleva para llenar su “Espíritu Noble” de Luz y Amor en su paso por el camino del choro. Seguiremos transitando aquella ruta y descansaremos donde esperaba con sus libros, para que nos registremos, que también estuvimos en aquel lugar junto a Tamiji Hanamura. Luz y Amor y Adiós Espíritu Noble.